Hace poco, mi esposa Hermelinda y yo fuimos a una fiesta de cumpleaños. Cuando entramos, encontramos un cuarto de historia viviente de la ciudad.
Entre un puñado de personas que había en la fiesta, fácilmente representaban casi 300 años acumulados de historia de ճܳó. Y eran abrumadoramente mujeres.
Las mujeres en cuyos hombros se paran muchos tucsonenses son educadoras, abogadas, activistas. Son hijas, hermanas, madres y abuelas que han liderado el camino al logro de justicia y equidad. Son comadres que, en más de 45 años de la historia de ճܳó, pelearon por los derechos civiles y humanos, defendierona los pobres y a los enfermos mentales, abogaron por los sindicatos y por los estudiantes e inspiraron a otros por ampliar y fortalecer el círculo de participación comunitaria en ճܳó.
Sus palabras se oían en español, en inglés o en una combinación callejera de ambas, tanto en la calles como en las aulas, en las iglesias, a través de los medios de comunicación en español, en las cortes y en los pasillos de gobierno. Sus palabras, dichas como en los barrios, eran siempre firmes, reflejaban el compromiso de sus causas con su comunidad.
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En la fiesta, mientras escuchábamos y bailábamos la música waila de los Tohono O’odham de Gertie Lopez y los T.O. Boyz, contemplaba los esfuerzos y contribuciones de esas activistas:
Raquel Rubio-Goldsmith se unió al Colegio Comunitario Pima desde su apertura en 1969, y estuvo a la delantera de la creación multicultural y de los estudios de la mujer en Pima y después dio clases de Estudios Mexicoamericanos en la Universidad de ֱ. Ha enfocado gran parte de su investigación y activismo a las políticas de migración e inmigración, así como a la historia cultural y política.
Guadalupe Castillo empezó su activismo siendo estudiante de la UA a finales de los sesentas. En la década de los setentas estuvo involucrada en el Consejo de Área Manzo, el cual inició un movimiento internacional de derechos humanos en el oeste de ճܳó y fue precursora del movimiento santuario, que protegía a refugiados centroamericanos. Castillo fue también educadora de estudios chicanos en el Colegio Pima y sigue trabajando del lado de los migrantes.
Margo Cowan, defensora pública del Condado Pima, ayudó a establecer el Consejo del Área de Manzo y desde entonces ha trabajado del lado de inmigrantes indocumentados. Es líder del movimiento santuario, que sigue albergando a inmigrantes indocumentados en iglesias y ha trabajado con varias organizaciones, entre ellas Derechos Humanos y No Más Muertes.
Cecilia Cruz-Baldenegro es hija de un organizador del sindicato minero y activista político de mucho tiempo en el área oeste de la ciudad. Ella y su esposo, Salomón Baldenegro, establecieron el Partido Raza Unida en ճܳó, un partido político que rechazaba las prácticas y filosofías tanto de demócratas como republicanos. Fue miembro fundadora de la Comisión de Mujeres del Condado Pima en ճܳó.
Nelba Chávez fue directora de La Frontera, pionera en servicios de salud mental para latinos y nativoamericanos. En 1994, el presidente Bill Clinton la nombró administradora de la Administración de Abuso de Sustancias y Servicios de Salud Mental, convirtiéndola en la primera latina en encabezar una dependencia de salud pública en Estados Unidos. Bajo la gubernatura de Janet Napolitano en ֱ, Chávez fue subdirectora del Departamento de Seguridad Económica del estado.
Isabel García, también hija de un organizador sindical de mineros, es Defensora Legal del Condado Pima y fundadora de la Coalición de Derechos Humanos. Es una de las defensoras más visibles de los derechos de los migrantes en el país.
Silviana Wood es escritora de teatro y actriz, quien ha utilizado el escenario y la televisión para hacer notar los problemas sociales y culturales. Fue integrante del Teatro Libertad, un grupo teatral multiétnico en la década de los setentas que después se convirtió en Borderlands Theater, enfocado en temas chicanos y latinos.
Era el cumpleaños de Wood lo que su familia y amigos celebraban en el Centro Cultural Dunbar, que en un tiempo fue una escuela sólo para negros, hasta 1951, cuando llegó la no segregación y la escuela cambió de nombre a John Spring Junior High School.
Admiro a estas mujeres por su valor y sus valores. No tuvieron miedo de enarbolar causas poco populares. Sus huellas son amplias y profundas.
Y no han terminado.
Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187. En Twitter: @netopjr.