Para muchos de nosotros que consideramos la frontera como nuestra tierra, hay una realidad en nuestra vidas y en nuestra historias. Vamos y venimos. Visitamos a nuestra familias al sur de la línea y ellos vienen para acá, aun cuando se trate de unas cuantas millas de distancia. La historia de algunas familias se remonta a antes de la llegada de los colonizadores españoles, mientras que la de otros nació ayer.
Pero para la gran mayoría de la gente que vive alejada del corredor de 2 mil millas -incluyendo a muchos con residencia en esta región- su realidad está marcada por mitos, o en el lenguaje de estos días, por hechos alternativos. Para ellos, las fronteras son inseguras, llenas de gente y lugares peligrosos. La frontera absorbe recursos valiosos y no contribuye en nada al bienestar general. Para ellos, la frontera no tiene pasado, sólo un presente nefasto y un futuro oscuro.
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Tristemente, son los mitos, y no la realidad, los que imperan en la versión de frontera de legisladores y gobernantes de todos los niveles.
Los creadores de los mitos han recreado la frontera por mucho tiempo en su realidad alternativa. Extrañamente, muchos de los manipuladores de ayer no pintaban la frontera como un lugar del cual alejarse, más bien pintaban la frontera como un lugar idílico que invitaba a visitarlo por placer, para mejorar la salud y para encontrar mejores oportunidades. Era un lugar con un montón de hermosas y adorables señoritas y la puerta de entrada al “viejo y romántico” México.
En la Biblioteca de Colecciones Especiales de la Universidad de ֱ, una exhibición llamada “Visiones de las fronteras: Mitos y Realidades”, curada por Verónica Reyes-Escudero y Bob Díaz, lleva a los visitantes hasta fines de los 1800s, cuando los mitos de la frontera empezaron a ser contados por la gente de fuera, y por la primera mitad de los 1900s, cuando los mitos, algunos dibujados desde pedacitos de realidad distorsionada, se volvieron parte de la cultura popular mediante el uso prolífico de tarjetas postales, películas y libros del Oeste, y la promoción turística realizada por instituciones como la Cámara de Comercio de ճܳó y el ֱ Sunshine Climate Club (Club del Clima Resplandeciente de ճܳó), así como lujosas haciendas y sanatorios.
Estas imágenes y mensajes esparcieron la idea de una tierra mítica coronada por montañas, adornada por un exquisito desierto y poblada por gente sonriente y feliz de pintorescas ciudades como ճܳó. Libros y películas formaron la idea romántica de esta tierra y de sus resistentes colonos, encomiando sus aventuras y logros. Y se pudo aún mejor durante el periodo de la Prohibición, cuando se corrieo la voz de que los visitantes podían encontrar al otro lado de la frontera, licor y libertad.
El impulso cívico y comercial no conocía límites.
“La vida libre afuera reúne a todos y en poco tiempo los hombres de los lugares más lejanos se encuentran a sí mismos sintiéndose en casa como los nativos, y cuando uno se detiene a pensar que la mayoría de los llamados ‘nativos’ nacieron muy al Este, se pueden entender fácilmente por qué los gustos de los tucsonenses y de los turistas están siempre en el mismo plano”, proclamaba la publicación de los años veinte “Where to Spend the Winter” (Donde pasar el invierno) de la Cámara de Comercio de ճܳó, uno de los muchos artículos de la exhibición.
La realidad detrás de esos mitos era que había comunidades establecidas mucho tiempo atrás, en ambos lados de la frontera, que construían las ciudades, arreaban el ganado, extraían los minerales y cultivaban las tierras. Los residentes mexicoamericanos, chinos, indígenas y negros eran virtualmente inexistentes en la narrativa mítica.
Cuando aparecieron, tomaron la forma de gente de fuera, saqueadores, rateros y sirvientes sumisos. Y cuando fue necesario, los promotores del mito aseguraron a los visitantes nerviosos que los “salvajes” y “bandidos” de la tierra sin ley serían eliminados por valientes soldados y alguaciles.
El mismo mensaje es esparcido por los creadores del mito actual: La ampliación del muro y de la fuerza de seguridad en la frontera son necesarias. Negar la entrada a refugiados e inmigrantes y perseguir a los que ya están aquí. Amenazar a México con que serán enviados soldados norteamericanos para combatir a los “hombres malos”. Etiquetar a quienes se resisten a la mitología como “antiamericanos”.
Esta es la visión de nuestras fronteras de los vendedores ambulantes de hoy. Los charlatanes siguen vendiendo ճܳó y el Sur de ֱ como un mito.
Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.