El sonido de taka taka rebotaba en la pequeña sala mientras la banda de cuatro integrantes se alzaba con una norteña. La baterista, la bajista, la acordeonista y la guitarrista tocaban al unísono una canción de la frontera.
Era un ensayo del cuarteto que lleva menos de tres años presentándose.
Pero en ese corto tiempo las cuatro han tocado en ճܳó y en varias ciudades y pueblos de Sonora. Incluso grabaron un CD en un estudio de Hermosillo. El disco salió en mayo y se vende en las tocadas de la banda.
Estamos hablando de Las Trillizas y Dulce, grupo compuesto por las hermanas trillizas Yisbel, Jhanderlin y Sheyla Noriega, de 12 años, y su amiga Dulce Sáenz, de 14.
“Lo toman muy en serio”, dijo Norma Sáenz, mamá de Dulce, quien en el ensayo reciente estaba tocando la guitarra, aunque normalmente toca el bajo sexto, la guitarra-bajo de 12 cuerdas. Yisbel toca el acordeón. Jhanderlin se encarga de los tambores. Sheyla está en el bajo. Y por fuera del grupo, en la escuela Yisbel y Sheyla tocan el saxofón y Jhanderlin la flauta.
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En agosto, las trillizas entrarán a la secundaria en Apollo Middle School.
A pesar de su edad y el poco tiempo que llevan juntas, las niñas tocan música norteña y cumbias muy en serio, como las que normalmente se oyen en fiestas, quinceañeras, bailes, en el swap meet y en eventos como el Festival del Día de San Juan el mes pasado en el Mercado San Agustín, al oeste de la ciudad.
“Se han acoplado bien juntas”, dijo el papá de las trillizas, Francisco Antonio Noriega. Él es mecánico y también la hace de ingeniero de sonido del conjunto.
Las niñas no leen música, todavía, aunque están tomando clases en una academia de música norteña. Se aprenden su repertorio de memoria. La música norteña se aprende así.
“Han aprendido rápido”, dijo David Quevedo, director de la Academia Norteña, donde las niñas toman clases dos veces a la semana. También practican en casa de los Noriega, en el sur de la ciudad.
Quevedo, quien trabaja con otros grupos jóvenes fuera de su casa en Midvale, dijo que las niñas lo impresionaron con su entusiasmo y porque le ponen muchas ganas a su música. “Aman la música”, dijo.
Todo comenzó cuando las trillizas, entonces de 9 años, estaban en un festival donde había música norteña. Una de las niñas les dijo a sus papás que ella quería tocar así. Las otras dos la secundaron.
Eso las condujo a una escuela de música y luego a la academia donde conocieron a Dulce, quien ya estaba “curtida” en la música y quien también toca el violín. Formaba parte del Mariachi Las Pumas en Roskruge Bilingual K-8 School.
“Siempre me ha encantado”, dijo Dulce, estudiante en Pima Performing Arts High School, sobre la música. Pero hay otra fuerza poderosa que también la motiva, una que muchas veces afecta a niños grandes y adolescentes.
“Me da algo qué hacer cuando estoy aburrida”, dijo.
Pero muy rara vez se aburren estas chicas. No tienen tiempo. Tocan seguido, y cuando van a Sonora pasan mucho tiempo en la larga camioneta que por lo general está estacionada afuera de la casa de los Noriega, cerca de South 12th Avenue y West Nebraska Street.
Lo que empezó como una forma de divertirse, un pasatiempo, ahora practicar y presentarse se ha convertido más en un punto focal de las vidas de las niñas. Disfrutan de tocar frente a la gente y escuchar los aplausos. Han llegado a apreciar el secreto de los músicos.
“Me gusta sentir la música. Siento la música dentro de mí”, dijo Jhanderlin.
Pero por más que las chicas se enfocan en su música, también tienen tiempo de simplemente ser unas jovencitas, dijo la mamá de las trillizas, Isabela Noriega. “Después de practicar, se van a jugar con sus muñecas”, dijo.
Pero hay algo más frente a ellas en su crecimiento musical. Están continuando con una larga tradición de mantener viva la cultura y música de la frontera. Las chicas empiezan a entender su papel y el papel que la música juega en sus vidas.
Sheyla dijo: “Me hace sentir mexicana, porque toda mi familia es mexicana”. Sobre lo cual, Yisbel agregó: “Nos hace sentirnos orgullosas de nosotras mismas”.
El llamado y el orgullo de la identidad cultural a través de la música llena a las chicas de una confianza que de otra forma difícilmente tendrían. Entienden que están creciendo en un mundo musical dominado por los hombres. Están confiadas de que pueden revertir eso.
“Podemos inspirar a otras niñas de que pueden hacer esto”, dijo Dulce.
Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.